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Martes III Adviento 

««¡Ay de la ciudad rebelde, impura, tiránica! No ha escuchado la llamada, no ha aceptado la lección; no ha confiado en el Señor, no ha recurrido a su Dios!».

Estas duras palabras de Sofonías han resonado a lo largo de la historia de la humanidad en el modo en que se han construido sistemas sociales basados en el culto al hombre. Sólo con la única medida de sí mismo, el ser humano acaba por devorarse a sí mismo. Mirarse el ombligo conlleva el olvido de los principios básico de la ley natural y conlleva, irremediablemente, la violación de los valores más esenciales que nos ayudan a cuidarnos unos a otros. Así, el olvido de Dios termina siempre en la tiranía de los sacrificios humanos. Literal. Y no son sólo sacrificios humanos el aborto y la eutanasia, sino toda aquella forma de violencia que genera un mal que puede convertirse en toda una estructura de pecado. El culmen de este totalitarismo, a modo de resumen del resto de los males, es cuando se prohibe la libertad de conciencia, lo más sagrado que tenemos. La cultura de la cancelación cercena la libertad de conciencia. Manda narices que se esté haciendo un listado de médicos objetores del aborto. ¡Esto no está nada bien! En occidente, la imposición de legislaciones contra la ley natural clama al cielo, porque se cuentan por millones los cadáveres que está generando la sociedad, tanto en sangre como en alma.

Todo esto debe ser salvado, debe ser redimido: el mundo reclama una verdadera justicia a tanto atropello. El lenguaje propio de los profetas nos anuncia la llegada de esa liberación y esa justicia: nos anuncia que Dios vendrá y nos salvará.

Pidamos sin cesar al Señor por tantas aflicciones que padecemos. Reconozco que los telediarios me causan un malestar tan grande que no los veo. De hecho, ayer domingo vi uno en la comida, y se me cortó. Muerte, atentados, corrupción, inundaciones… Así no hay quien viva. Para colmo, tenemos pandemia de una gripe que a muchos les ha vuelto mentalmente al covid.

Necesitamos la esperanza que nos da el adviento. Sólo esa esperanza en la acción se Dios sopla los nubarrones del hombre mirándose a sí mismo.