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La Cruz, nuestra esperanza. 

«Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo». Esta antífona que cantamos el Viernes Santo hace que todos los creyentes levantemos la mirada hacia la Cruz de Jesús. Se cumple así la voluntad de Cristo y su plan de salvación para nosotros. Él nos ha dicho hoy en el evangelio que de la misma manera que Moisés elevó  la serpiente en el desierto así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre sobre la tierra.

Ya sabemos lo que pasó, conocemos la historia, se nos ha proclamado en la primera lectura, del libro de los Números. El pueblo de Israel cedió a la tentación y se rebeló contra Dios, a pesar de que él lo había librado de la esclavitud de Egipto, y le había hecho pasar a través del Mar Rojo y lo estaba conduciendo por medio del desierto hacia la Tierra Prometida.

Cuando el hombre se rebela contra Dios, él mismo se envenena. Ese veneno es mortal de necesidad, aunque puede que no cause la muerte «ipso facto». Por eso Dios se compadeció de los israelitas y les dio este signo, el estandarte que se eleva en el desierto. Es una profecía de la Cruz de Jesús elevada en el Calvario, para que todos los hombres de todos los tiempos podamos levantar nuestra mirada hacia él.

Jesús con su entrega elegida libremente y por amor ha transformado la muerte en vida. Lo que era un instrumento de muerte se ha convertido en un instrumento de vida. Su obediencia hasta la muerte y muerte de cruz, como dice la segunda lectura de hoy de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses,  ha hecho que el Padre lo levantara sobre todo y le concediera  el Nombre sobre todo nombre.

Su amor incondicional hacia nosotros, sus hermanos, su perdón que nos justifica, «perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen», es la expresión de un amor más fuerte que el odio.

Así Cristo bebiendo el veneno mortal nos ha dado el antídoto contra la muerte. En su resurrección Jesús destruye el poder definitivo de la muerte y abre un camino nuevo donde antes no había esperanza. Por eso en la cruz está también escondida la gloria.

Los cristianos madurados en la cruz, por ejemplo, los santos, nos muestran que al abrazar la cruz abrazamos a Cristo y entonces el sufrimiento deja de ser inútil para transformarse en un sufrimiento redentor. Donde uno era antes incapaz, porque no tenía fuerzas, donde era necio, porque no sabía lo que hacía, ahora, la Cruz de Jesús, le otorga la fuerza y la sabiduría de Dios.

Por eso qué emocionante es cuando el Viernes Santo, los fieles se acercan para venerar la Cruz. Qué gesto tan impresionante, cuando aceptando y cargando su propia cruz, se acercan a aquel que con su amor puede sostenerlos.

«Ave Crux, spes unica». Te saludamos, oh Cruz, nuestra única esperanza.