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Atentos a la cercanía del mayor acontecimiento de la historia 

Estamos ante las puertas del acontecimiento más esperado y espectacular de la historia: Dios que se hace hombre y habita entre nosotros ¡Que importante es no dejar de meditar nunca este gran misterio! Pensarlo, saborearlo, “gustarle internamente”, como diría S. Ignacio de Loyola. Prepararnos muy bien estos días para recibir atentos este acontecimiento: “El Verbo de Dios se hizo carne y habita entre nosotros” – repetirlo despacio muchas veces a lo largo del día, y en nuestra meditación.

Y seguro que como María proclamará nuestra alma la grandeza del Señor y se alegrará nuestro espíritu en Dios nuestro Salvador. Y como primer fruto de ese diálogo contemplativo con Dios vendrá la humildad, en la que Dios se complace. Viene la humildad como fruto, porque la humildad es la verdad y ponernos delante de Dios nos hace contemplar la realidad de su grandeza y de nuestra pequeñez. Dios ha puesto los ojos en la humillación de su esclava.

La humildad nos acerca a los hombres, nuestros hermanos, porque facilita la caridad, mientras que la soberbia nos hace distantes, nos hace impenetrables a la gracia de Dios. Por eso Dios dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Quien no reconoce lo que es delante de Dios

Hacernos los esclavos del Señor. Servir, servicio que no sea una pura retórica, sino hecho realidad en los mil detalles pequeños de cada día, poniendo a los demás por delante, dejando que muchas veces nos desbaraten nuestros planes. Servir tratando de hacer la vida agradable a los demás, pensando en los otros antes que en uno mismo. ¡Servir es el gozo más grande que puede tener un alma!

Y Dios premia el servicio con la humildad. Es el mismo camino que Cristo, la “humillación” de la Encarnación, y es el camino para preparar su venida. No importa que muchas veces salgamos derrotados en esta lucha por servir a los demás, lo importante es no decaer en la lucha. No importa que las cosas cuesten, es lo normal, y en esto vivir de la “espontaneidad” es un gran error Nadie – o muy pocos – se levantan temprano diciendo ¡Que bien ya son las seis y media de la mañana, ahora la oración y luego la Santa Misa! Lo que de verdad importa no es lo que cuesten las cosas, sino el amor que se ponga en ellas.

Que nuestra Madre del Cielo nos haga también a nosotros esclavos del Señor en nuestros hermanos, los que tenemos a nuestro lado todos los días -la humildad – hecha de cosas concretas, que la caridad es cariño y lo demás es perder el tiempo -en tanto soberbia impenetrables.